Soberanía pedagógica
Memorias, identidades, comunidades, territorios
XXII Congreso Pedagógico 2017
SOBERANÍA PEDAGÓGICA
MEMORIAS, IDENTIDADES, COMUNIDADES, TERRITORIOS
Ponentes: Lucia Silva Beveraggi, Ángel Eugenio Perrone, Martín Diego Barreña, Antonio Manuel Lepez, Juan Manuel Mauro y Sergio Oscar Díaz
Título: Conversaciones entre maestras y maestros de escuelas públicas de la villa 1-11-14 (Bajo Flores) y 21-24 (Zavaleta)
Servirá de señal cada huella
de las horas felices,
se sabrá tanto de las estrellas
como de cicatrices
Silvio Rodríguez
Enseñar y aprender como maestrxs en una escuela pública ubicada en una villa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es, ante todo, un acto profundamente humano, atravesado por esa escena paradojal donde el contexto material estará deshumanizando, pero ese mismo hecho impone lo subjetivo, lo emocional, lo integral, lo vivencial y lo vincular en cada situación escolar, en cada situación de enseñanza y aprendizaje. A esa especificidad nosotros le llamamos ser maestrxs villerxs. Se trata de una búsqueda de respuestas con afectividad y compromiso ante la desigualdad y frente al desamparo, de particularidades que surgen fundamentalmente de esa realidad compleja, particular, de vulneración de derechos y a la vez, de la diversidad cultural que es la villa.
Ser maestrx villerx implica, necesariamente, pensar la práctica en función del territorio que necesitamos conocer y caminar, y así entender las características sociales, culturales, de infraestructura y las historias de cada comunidad. Es una praxis que nos exige participar para fortalecer o deconstruir prácticas sociales, verlas, comprenderlas y respetarlas para poder vincularse, para conectar y dialogar. Son prácticas de la cultura escolar que se construye entre estudiantes, educadores y otros sujetos de esa comunidad. Sin esa mirada amplia, generosa y desprejuiciada no se puede desarrollar un proyecto pedagógico en una villa.
Pensamos en encuentros entre estudiantes y docentes donde, dado el contexto, lo que prima es mirar al otro, ser interpelado por el otro y desde esa interpelación replantearse contenidos y currícula. La falta de acceso a bienes básicos genera realidades, crudas y profundas, con las que es necesario dialogar para enseñar. Con esto no decimos que el vínculo no sea relevante en todo acto educativo; sino que en la villa resulta indispensable y determinante para un posible aprendizaje. En la construcción de ese vínculo adquiere relevancia el reconocimiento de cada joven sujeto de derecho y de sus historias.
Enseñar en la villa implica una mirada amplia de la educación porque el escenario donde se desarrolla la enseñanza y el aprendizaje es diferente; entonces la práctica tiene que ser pensada de otra manera. Esta realidad hace que las paredes de la escuela se disuelvan y que todo lo que pasa en el barrio atraviese a la escuela. Para enseñar se necesita estar dispuesto a aprender y conocer y a construir un nuevo educador. Un educador que tiene que poder involucrarse y transformar esa realidad porque si no, no se da el hecho pedagógico. En la práctica, el docente se implica comprometiéndose en la transformación de los conflictos en luchas y derechos. Trabajar con las observaciones de lxs estudiantes, sus preguntas sobre el contexto y la comunidad y a través de esta escucha activa: ver y luchar por esos derechos que no están.
Las condiciones de vida de las villas, las situaciones de hacinamiento, la precariedad de las viviendas, la falta de redes de agua, de cloaca, de servicio de luz, la instalación del delito organizado: ya sea por drogas o por explotación sexual, la violencia institucional (por acción o por omisión), todas esas realidades tienen una potencia que indefectiblemente derrumba los muros de la escuela. Si la escuela moderna pretendió construirse por fuera de los acontecimientos sociales; en una villa eso no es posible. La realidad se impone, la realidad ingresa con los pibes y las pibas, con las familias, con los compañeros de los barrios y no se puede ocultar; no se puede fingir que eso no está. La violencia, la injusticia social, la desigualdad en las escuelas de las villas entra a las aulas. No hay lugar para neutralidades, ni objetividad si se pretende conmover, enseñar y aprender. Hablamos de trabajadores de la educación comprometidos en la creación de redes institucionales y comunitarias, con la protección de derechos, con la organización entre colectivos, grupos que sostienen proyectos por los derechos de lxs estudiantes.
Y este escenario, donde la realidad es más fuerte que cualquier intento de homogenización, implica tener que poner el cuerpo a situaciones muy duras, situaciones con las que tenemos que luchar y acompañar a los pibes y pibas, pero también nos permite, nos posibilita, nos invita a la construcción de una escuela comunitaria, de lazos fraternales y familiares. Si el sistema educativo pretende a lxs pibxs adentro de la escuela, tiene que haber políticas acordes con los derechos humanos, con las propuestas participativas en el marco de la constitución de la ciudad y del derecho social a la educación, para construir un orden escolar en el cual lo normativo es un imperativo ético y legal de inclusión.
Ser maestro villero es involucrarse en la lucha por los derechos, requiere que como educador uno aprenda ciertas herramientas institucionales, legales y de programas sociales para acercar a la escuela y para enseñar a luchar y para acceder a derechos: enseñar derechos. Internalizar la idea de “derechos” construyendo y compartiendo con lxs estudiantes todos los registros de las prácticas de educación en derechos para expresarlos en encuentros con la comunidad.
Y todos estos desafíos que impone la realidad, lxs maestrxs villerxs lo tomamos con amor, con alegría, ya que es una elección que hacemos conscientemente porque valoramos todo lo que sucede en la villa, porque sentimos esos sufrimientos y porque aprendemos de esos vínculos, de esas estrategias de supervivencia, de esas subjetividades marcadas que llegan a la escuela llenas de sonrisas con ganas de abrazar y aprender.
Nuestras escuelas son la enseñanza de integridad y dignidad más grande que uno puede tener. Nuestros pibes y pibas, a veces, pasan noches atravesando situaciones profundamente duras de la mano de un sistema injusto, desigual y ante todo cruel; y sin embargo se levantan a la mañana –más de una vez sin haber dormido– y vienen a la escuela con una sonrisa y dispuestos a compartir todo lo que emerja de ese encuentro, abiertos de corazón a corazón, sin posibilidad de otra forma: solo hay vínculo si hay buen trato, si hay respeto; si hay amor. Y valoran y ven y sienten y entienden y enseñan; y le ponen el cuerpo desbordante de dignidad e integridad a esta sociedad injusta y a sus realidades. Hacer pedagogías villeras es entrar a un barrio con diversidad cultural, sumergirse en esa cultura y aprender de todo. Ser maestrx villerx nos conmueve, hay que ponerle el corazón.
La villa es el mundo cultural que no tiene ninguna universidad, con solidaridades entre familias y grupos frente a las injusticias. Y ese es otro compromiso ético de un maestrx villerx: mostrar a la sociedad la villa tal cual es para denunciar la desigualdad. Una tarea colectiva de nuestros proyectos educativos es comprender y derribar las barreras culturales para transformar políticas y prácticas estigmatizantes. La relación de la escuela con el barrio tiene que ser muy profunda, lo que le pasa al barrio le pasa a la escuela y tiene que estar en todas las reivindicaciones, las fiestas, las singularidades propias de cada cultura y así transformar otras barreras.
Ser maestrx villerx es un doble compromiso: el de enseñar con el barrio y con la realidad. Lo humano no se deja afuera, hay que venir, íntegro, lleno de sentimientos, dispuesto a sentir. Y es ahí cuando, para que lxs pibxs se abran y confíen y escuchen nuestras palabras, nuestros gestos y nuestros actos, nosotros también debemos entregarnos como personas e implicarnos subjetivamente, desde nosotros y nuestras historias de vida; eso lxs pibxs lo ven, lo perciben y lo valoran.
Ser maestrx villerx implica también trabajar sobre las esperanzas de los pibes y las pibas, trabajar sobre la confianza, albergar en uno esas subjetividades, deconstruir ese lugar de exclusión en el que esta sociedad ubica a lxs pibxs y que les hace creer que ahí se tienen que quedar resignados a su exclusión. Implica preguntarles a lxs pibxs qué sueñan, qué quieren, qué anhelan; esa pregunta que parece prohibida en sus vidas. Transformar barreras es construir esperanzas.
Lxs pibxs villerxs pueden todo, pueden mucho, son íntegros, son luchadores, son creativos, son alegres y son profundamente amorosos. Entonces, ser maestro villero es la pedagogía del compromiso por el otro, es dejarse conmover para abrir nuevos caminos con alegría y amor. Y aprender con el corazón y desde la esperanza.
Y como maestras y maestros villerxs nos identificamos y nos sentimos parte de la corriente de pedagogía latinoamericana, de prácticas e ideas, construcciones y formas de ver el mundo de tantos compañerxs educadorxs que nos precedieron en la historia; de quienes hemos aprendido tanto y son nuestro sostén ideológico en la práctica, como Simón Rodríguez, José Martí, la experiencia de Warisata, Saul Taborda, Luis Iglesias, Paulo Freire, entre otrxs. Compartimos, sin duda con ellos la pasión por aprender y enseñar en comunión y la confianza en la magia transformadora que genera el amor.
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